Concepción empírico-espontánea del espacio

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Geografía dialéctica

Historia de las nociones sobre el espacio
Por José C. Martínez Nava

 

Es evidente que, en la historia de la humanidad, el concepto de espacio como cualquier otro concepto científico se forma en un proceso largo. Además, el concepto de espacio se forma hasta mucho después del proceso de hominización, sólo hasta la aparición de las grandes concepciones filosóficas de la Antigüedad. No obstante, ya en las primeras épocas se tienen nociones de las propiedades espaciales, aunque no de modo reflexionado, propiedades espaciales como localización, orientación, distribución, situación, posición, distancia, límite, etc.


Al calor de la práctica social los seres humanos primitivos se van formando una noción empírico-espontánea del espacio. Desde el principio, el ser humano no puede ignorar en su vida cotidiana, las representaciones acerca de: lugar de los objetos o de los fenómenos, sobre la posición que ocupan entre sí, sus dimensiones, límites o fronteras y formas espaciales (figuras espaciales), su posición con respecto a ellas en la orientación; es decir, no puede vivir sin nociones espaciales.


La noción concreto-sensible del espacio se forma mucho antes que la aparición de la primera ciencia y de la filosofía.


Los seres humanos primitivos, distinguiendo empírica-espontáneamente los objetos unos de otros, observando sus propiedades inherentes, van reconociendo en este proceso la exterioridad de estos objetos y su ubicación, unos con respecto a otros. Así, pues, la distinción de los objetos es un proceso inalienable a la primera concepción histórica del espacio.


La distinción es el acto de la conciencia que refleja la diferencia objetiva entre los objetos o entre los fenómenos y la conciencia misma. Distinguir un objeto de otro o de otros implica separarlo de ellos (descubrir su separación). Histórica y lógicamente esta es la primera etapa del conocimiento humano.


Tanto histórica como lógicamente el proceso del conocimiento geográfico se inicia con la distinción de determinado objeto que es separado de los otros que constituyen el mundo que existe fuera e independientemente de nuestros conocimientos, pensamientos, conciencia. En primer lugar, es preciso que señalemos que así inicia en la historia de la humanidad el conocimiento geográfico, el conocimiento del espacio terrestre; también implicamos que el científico individual, cualquier individuo, así inicia el proceso del conocimiento del espacio terrestre, o, del espacio físico.


La formación material, el objeto, dado que posee un tipo de movimiento interior que lo caracteriza actúa, a través de este movimiento, sobre nuestros órganos sensoriales, sobre nuestros aparatos sensitivos y provoca la sensación. Históricamente, por ejemplo, sucede cuando el ser humano detecta un árbol frutal. Sabe que contiene frutas porque ha observado que muchas plantas producen frutos, lo ha comprobado, ya ha probado y se ha alimentado de esos frutos, y éste también le llamó la atención, se concentra en él en un primer momento. Lógicamente el geógrafo en su trabajo de campo también puede tener ese encuentro del hombre primitivo. Al momento de fijar su atención en el árbol frutal, lo distingue de otros objetos, sabe que ese árbol es diferente a otros objetos, incluso diferente a otros árboles frutales de la misma especie (situación que no es reflexionada, sino que surge espontáneamente). Nota su diferencia con las demás cosas, este objeto tiene “algo” que lo hace particular con respecto a las demás; “algo” lo caracteriza. De la percepción, como es evidente, surge la representación.


Lo más importante, sin embargo, para el conocimiento del espacio, estriba en el hecho de separarlo de los demás, de fijar que dicho objeto está separado de los demás, ahí ya no hay duda de que es un objeto particular, independientemente de que esté o no rodeado por otros objetos semejantes, por ejemplo, árboles frutales de la misma especie. Sí, está separado de los demás dado que no está dentro de otros, dado que sus límites son claros, dado que en algún sitio termina, y además, dado que está con respecto a los demás objetos, en una determinada posición con respecto a los demás. Esas reflexiones son las mínimas, las más primitivas, dado que con el tiempo todo eso es aprehendido a lo largo de las experiencias similares.


En este primer momento, “el sujeto del conocimiento, se enfrenta con formas universales del ser tales como lo particular, que es reflejado en la conciencia mediante el concepto de “cosa” (árbol frutal), y la relación que implica como aspectos ineludibles la separación y la conexión”[1]. Sin tomar conciencia aún resalta el hecho de que mira al objeto identificado como lo parcial, lo que significa que también nota lo completo, es decir, el todo que rodea a dicho objeto. Lo observa como una partícula de ese todo, pero además es así dado que ese objeto, con respecto a los demás posee ciertas propiedades que han llamado su atención y que esas propiedades, de entrada, no las poseen los objetos que le rodean.


Pero, si los demás objetos no poseen esas propiedades específicas, este simple hecho de elección del objeto dado implica que existe determinada relación entre el objeto que llamó la atención y los demás objetos como un todo. Si se halló la separación; si notó que este objeto está separado de los demás, que tiene ciertos límites que lo hacen ser él mismo y no los demás o no el todo, esta relación además de representar un tipo especial de relación, también implica que está conectado dicho objeto con los demás. Desde el punto de vista del espacio, aquí surge, aunque no se le haga conciencia el concepto de juntura, de lejanía o cercanía, es decir, aquella conexión implica que este objeto está cerca de otros muchos; de unos objetos está más cercano, está más alejado de los otros.


“Históricamente este momento inicial del movimiento del conocimiento está vinculado con la toma de conciencia por el hombre de sí mismo, de su existencia relativamente independiente, separada del mundo exterior, así como de su relación con ese mundo, lo que presupone tanto la separación del ser (del hombre y del mundo) cuanto la conexión con el mundo a través de la actividad laboral”[2]. Aquella relación hallada en los objetos y la fijación del objeto determinado, en donde destacaban, como forma de relación la separación y la conexión, también hace al ser humano tomar conciencia de sí mismo y de su papel y relación con el mundo objetivo; este acto, realizado a cada momento, llega a formar la convicción de que es así, acto que ya ni siquiera se reflexiona cuando se ha producido el suficiente número de veces, aunque es un acto que siempre existe y se produce.


El ser humano descubre que el objeto está fuera de él mismo, pero también que él mismo es algo diferente al mundo exterior, que está separado de él; descubre que su existencia no es la existencia ni del mundo exterior ni del objeto en que ha fijado su atención. Pero también puede y debe relacionarse con él; esta relación se fija en el momento en que palpa, mira, toca, rompe ramas, realiza cosas con los objetos que influyen en otros objetos. Puede relacionarse, implica que puede entrar en contacto con ese mundo que no es un mundo aparte absolutamente de él. Debe relacionarse, porque ha entendido que su vida depende de lo que hay en ese mundo; que no encuentra de primer momentos objetos que satisfagan sus necesidades fundamentales y que, a veces, utilizando otros objetos, encontrados directamente en la naturaleza, o bien adaptados por él mismo, influye sobre la naturaleza y obtiene lo que necesita, así sea de un modo primitivo. Relación: conexión, separación.


Entonces el ser humano, descubre una a una las propiedades de las cosas como resultado de relacionarlas unas con otras. Estas propiedades son objetivas, existen naturalmente en las cosas, pero según sus necesidades, éstas son útiles o nocivas o indiferentes a él. En lo subsiguiente, ellas ya fijadas serán tomadas en cuenta adecuadamente.


La toma de conciencia de su conexión con el mundo por medio de la actividad laboral y de la unidad de los objetos del mundo exterior, al hombre lo lleva a comprender inevitablemente que, como consecuencia de influir activamente sobre esas cosas, las propiedades de estas últimas se modifican de un modo ineludible. Y, puesto que el objetivo de la actividad laboral es preparar el objeto sobre el que se trabaja para que satisfaga determinada necesidad humana, hacerlo un “bien”, la modificación de las propiedades de las cosas es no sólo el fin sino también el aspecto necesario de la actividad humana.


Ulteriormente, los cambios particulares de las propiedades de las cosas, hacen necesario un concepto más general, puesto que no es una sola propiedad la que se modifica, sino que, son todas las propiedades existentes. Este es el concepto de “movimiento”, que refleja las modificaciones, los cambios operados en las cosas mismas como producto de la influencia recíproca de unas y otras.


Histórica y lógicamente[3], a partir de aquí, el ser humano llega a la noción del espacio por dos caminos simultáneamente. Uno, a través del concepto de movimiento y, por tanto, el otro, como hemos previsto, a través del concepto de relación.


En el camino del movimiento de las cosas el hombre encuentra también la noción del tiempo. El hombre comprueba que todas las cosas cambian, todas tienen movimiento, se mueven (unas con respecto a otras y las cosas que componen la cosa dentro de ella). En este caso, el movimiento es universal, está en todos lados; pero, a la vez, el movimiento es relativo, es decir, algunas cosas cambian más rápidamente que otras o, mejor dicho, mientras unas permanecen relativamente estables, otras no. el movimiento se desdobla en contrarios, en reposo y movimiento, en estabilidad y variabilidad relativas. Ello permite distinguir el estado anterior, actual y futuro de las cosas. El anterior siempre precede al actual, y el futuro, lo sucede inevitablemente. Como el hombre en su actividad laboral cambia la realidad según un fin, y dado que esos cambios son registrados necesariamente, se ve en la necesidad imperiosa de reproducir la diferencia en uno y en todos los objetos, tiene que superar la contradicción entre el cambio y la estabilidad –entre el movimiento y el reposo–. Esta contradicción es superada en el concepto de “tiempo”.


Pero el concepto de tiempo sólo refleja la variabilidad de los objetos y no su relativa estabilidad. Por tanto, es requerido un concepto que, junto al del tiempo, refleja la variabilidad y la relativa estabilidad del mundo, de los objetos de ese mundo. Este concepto es el de espacio.


Mientras que el concepto de espacio está vinculado con la relativa estabilidad de las cosas, de las formaciones materiales, con su invariabilidad, el concepto de tiempo lo está con su variabilidad, con su cambio y desarrollo. La cosa aparece como una unidad ineludible de características espaciales y temporales.


Pero aún el concepto de espacio aparece como reflejo de otro aspecto: el de relación. Ya distinguidos algunos objetos que existen relativamente independientes y separados de otros, cuando se registran sus relaciones, mientras se establecen la división y la conexión con otros objetos, el hombre toma conciencia de la exterioridad de los objetos, como hemos visto arriba, es decir, de que una cosa se encuentra fuera de las otras, y de su ubicación, esto es, que está a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, delante, detrás, de otro u otros.


Así, el concepto de espacio aparece como resultado de la superación de dos contradicciones: la del cambio y la estabilidad relativa, y la de lo particular, la cosa separada, y de relación, la conexión de las cosas.


En fin, para que los seres humanos llegaran a la primera noción primitiva del espacio, primero se estableció el movimiento como forma de existencia del mundo, movimiento que se produce en una contradicción de variabilidad y estabilidad. Por ejemplo, para determinar la ubicación de un objeto, su ritmo de cambio debe ser relativamente lento, o si su ritmo es rápido, es decir, si se desarrolló “pronto”, si cambió pronto en algún otro objeto, el nuevo debe seguir relacionado espacialmente con los objetos relacionados más estables.


Cabe la aclaración de que precisamente la Geografía empírica toma, estudia todo al revés. Si fija el movimiento de los objetos, se va con la parte que se mueve, que cambia, y se olvida del espacio que se relaciona con la parte del movimiento del relativo reposo en las cosas y de las cosas o entre las cosas. Igualmente, si está del lado de la relación, se fija en las relaciones interiores, sustanciales, las que provocan cambios en o entre las cosas, y no en la relación de exterioridad, la física más externa.


En suma, si el concepto de espacio no apareció como tal en el largo periodo de hominización, e incluso, en periodos superiores, en cambio, en ese tiempo comienza a formarse ineludiblemente dicha noción, siempre al calor de la práctica social, en el proceso laboral del hombre, junto o a través de conceptos espaciales, o propiedades espaciales como localización, orientación, límite, frontera, situación, posición, distancia, extensión, entre otras. Para la formación de un concepto más acabado de espacio se tendrá que esperar milenios, hasta la estabilización del régimen de la servidumbre y el esclavismo, y la aparición de las primeras civilizaciones orientales y mediterráneas.



[1]  Sheptulin, A. P. El método dialéctico de conocimiento. Editorial Cartago. México, 1983. Pág. 27.

[2]  Ibidem. Pág. 28.

[3]  Cfr. Ibidem.

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